Hemos imaginado el vehículo del futuro condicionados por las propuestas de la pequeña y la gran pantalla. Así, en los 80, nos entusiasmaba ver cómo Michael Knight, protagonista de El coche fantástico, se enfrentaba a la injusticia conduciendo un automóvil de alta tecnología, el llamado KITT (Knight Industries Two Thousand), cuya inteligencia artificial convertía este vehículo autónomo en el copiloto ideal. Por su parte, el batmóvil reclamaba nuestra atención con una aerodinámica que imitaba a la naturaleza (un murciélago) y potenciaba sus velocidades de vértigo. También la naturaleza inspira las puertas de ala de gaviota del Delorean DMC-12; sin embargo, no es su diseño lo que nos tenía fascinados, sino la función que ejerció en Regreso al futuro como máquina del tiempo capaz de desaparecer en una nube de partículas y aparecer entre destellos de color azul.
La ciencia ficción ha modelado nuestro imaginario colectivo, por lo que la auténtica revolución de la industria automovilística se nos antoja representada por vehículos voladores recorriendo el cielo de nuestras ciudades. Y aunque la tecnología necesaria ya existe, la regulación es el gran escollo para que esta innovación se implante; por ello el futuro cercano de esta industria se encamina a proporcionarnos eficientes coches eléctricos, autónomos y permanentemente conectados.
Aparque o aterrice, el vehículo del futuro está intrínsecamente ligado a la fotónica, por lo que las estrategias de desarrollo de las empresas de automoción pasan por incorporar sensores cada vez más avanzados que ayuden en la conducción autónoma, sofisticados sistemas láser y cámaras de visión que perfeccionen la producción, sistemas evolucionados de comunicación que conecten de forma constante tráfico e infraestructuras, entre otras innovadoras tecnologías de la luz.
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